Sentir/Disentir

 

Por Claudia Rocío Rodríguez Barrera

Es un conmovedor privilegio haber danzado los últimos 48 años de vida y al mirar hacia atrás permitirme hacer hermeneia del tránsito por las diversas etapas de ser un cuerpo que danza y en las cuales me han habitado interrogantes sentidas, pensadas, acerca de la experiencia danzante. Caminos andados, momentos únicos y fascinantes que son ahora fuente de conocimiento.

He danzado desde una actitud lúdica, experimentando el gozo puro e intrínseco de ser vida, movimiento, espacio, ritmo y devenir. Pero también infinidad de veces he traicionado mi danza contaminándola de la compulsión del “producir” que prevalece en nuestra sociedad capitalista, me refiero al trabajo enajenado, como medio de subsistencia, obedeciendo al “reino de la necesidad” como advertía Carlos Marx en su filosofía del trabajo en donde nos habla de el trabajo libre como aquella inclinación al movimiento, a la creación como una actividad enriquecedora en sí misma del mundo interno y externo, el cual se da cuando el ser humano se emancipa de sus necesidades físicas y crea desde la libertad. En nuestra sociedad capitalista, que es explotadora nos encontramos sujetos a las lógicas perversas del capital, y esto, desde mi sentir, distorsiona el principio creador del trabajo artístico metiéndolo en camisa de fuerza. Cuando esto sucede nuestro trabajo pasa a ser una experiencia alienada, y no una actividad de autorrealización. Entonces también confieso que en ocasiones he buscado complacer, enturbiando así las aguas del fondo de ese río que por naturaleza son cristalinas.

 

Foto: Christa Cowrie.

En esos momentos estuvieron ausentes la reflexión, el cuestionamiento y el espíritu crítico. Sin embargo, me parece vital en mi construcción como persona haber experimentado el cómo se “asumen” prácticas, jerarquías, estéticas, roles, estereotipos dentro de nuestro propio espacio creativo las cuales determinan y rigen las producciones estéticas, nuestra forma de movernos, el cómo nos percibimos al danzar, la relación que tenemos con nuestro cuerpo, nuestro pensamiento y una infinidad de aspectos de la vida misma. Pienso que en ocasiones se enarbola una bandera sin profundizar en aquello que estamos defendiendo y en aquello que realmente representamos o reproducimos.

Toda acción que emprendemos en sociedad es política, nuestras producciones discursivas, estéticas, conllevan una postura política, esto se analiza muy pocas veces a un nivel que, por lo menos en mi experiencia de vida, no es suficiente si deseamos ser agentes de transformación a través de nuestra danza. Yo espero que mi práctica creativa y docente así lo sea y me gustaría ubicarme como una creadora del disenso.

Esto se ha venido aclarando en varias capas o pieles que conforman mi cuerpo, el cuerpo de mis ideas, y entro en conflicto, ya que considero que aún debo deconstruir, derruir, pulverizar, abatir en mis células tantos conceptos, categorías, percepciones que aún recorren mis huesos, nervios y se han encarnado para poder ir al encuentro permanente de una forma más íntegra de ser flujo de vida danzante.

 

En este recorrido ha sido importante no aferrarme a nada: caer, soltar, perder… Cotidianamente vaciarme, sorprenderme, agradecer e ir al encuentro del mundo, del otro. Estos últimos 20 años de vida escénica como creadora he tenido la fortuna de cruzar caminos con Francisco Olmedo, actor, maestro, creador escénico ecuatoriano, quien es también mi compañero de vida y quien me ha impulsado a romper con muchas de mis ataduras, de las verdades absolutas que llevaba en mi canasta [1].

En el laboratorio de creación, investigación, improvisación de la compañía El Ángel del Espejo gestamos una metodología siempre en ciernes, siempre naciente, que se define en diálogo con los procesos personales, los intereses temáticos, la creación colectiva.

Hoy mismo sabemos que aún debemos rompernos más, seguir quemando Biblias, caminos y puentes conocidos, seguros y ya transitados para intentar el vuelo de imaginar procesos creativos propios, auténticos, que nos permitan cuestionarnos como sujetos, como trabajadores escénicos, como compañeros de ruta. Es importante no sentarnos en la comodidad del logro, no pensar desde la estaticidad, no crear desde las lógicas de la “productividad”, de la “empresa cultural”, del “cuerpo máquina”. Desde esta actitud he podido vivenciar momentos creativos reveladores de dimensiones de vida plenas, liberadoras, profundamente éticas y políticas.

Sentir un cuerpo conectado, erotizado por el mundo, por el gozo del instante, descubrir el disfrute del poder creativo en donde se integra el ser con el mundo en un flujo autotélico que a la vez es conocimiento fenomenológico, somático, mágico y lúdico es un tipo de experiencia que no corresponde a las lógicas del biopoder, del control y objetivación de los cuerpos. Entonces se instala en la médula de la existencia la necesidad de compartir esta forma de vivir.

 

Es en esta búsqueda que llego al Seminario Permanente de Fenomenología de la Danza y Estudios de la Corporeidad, en donde he podido pensar y expresar mi experiencia en la danza desde otras laderas, otros riscos que permiten intuirme y desde aquí surge la pregunta: ¿Cómo profundizar en la actitud fenomenológica desde el ser-danza?

Danzar fenomenológicamente implicaría el desmontaje de nuestros automatismos, desprender una forma estereotipada de respuesta a los estímulos en donde se parte de una actitud natural que todo lo da por hecho, un juzgamiento que obedece a estéticas asumidas, conceptualizaciones y categorías que permean nuestro ser-cuerpo.

Foto: Francisco Olmedo.

 

Considero que es necesario ahondar en el silencio, en despojarnos de todo aquello que consideramos una fórmula de hacer, y permitir que realmente nuestra corporeidad vaya al encuentro del mundo sin expectativas; esto pudiera brindarnos la oportunidad de “escuchar” un impulso que responde a la realidad quiasmática y devenga en un naciente diálogo sensible que abrace el movimiento como expresión de la vida plena de ser uno con el mundo. Hemos naturalizado tanto nuestra experiencia de vida que incluso cuando creemos estar reaccionando a algo con un impulso “orgánico” (un impulso sin pensar, por ejemplo, si me quemo pues retiro la mano y reacciono con un movimiento muy claro y preciso.), este está plagado de condicionamientos, aculturaciones que son como velos que ya no nos permiten encontrar con claridad esta actitud fenomenológica. Vivimos un oculocentrismo en donde damos por hecho el mundo y ya nada nos sorprende “por primera vez”, la forma, la textura, las dimensiones espaciales, todo está allí sin interpelarnos y nosotros sin cuestionarlo. Si nos encontráramos en un espacio desconocido, a obscuras, se modificaría nuestro ser por completo, la atención sería total desde la punta de los pies tocando, tanteando, descubriendo el terreno, el oído expandido, respiración, pulso cardíaco, todo el ser comprometido en la compleja acción de ser, de estar en el mundo.

En múltiples ocasiones he atestiguado durante el trabajo con bailarines que al darles una consigna como “no te muevas si no viene la necesidad y el impulso”, se hace evidente una autocomplacencia y un regodeo en los lugares comunes del moverse bonito, de la superficialidad en donde no se arriba a ese silencio del tiempo profundo que implica una metodología de trabajo de larga data para aprender a hacerle espacio a la actitud fenomenológica. ¿Cómo hacer esto? ¿Desaprender, desmontar los automatismos? Con anterioridad he mencionado el silencio necesario para “escuchar” con todo el ser la realidad quiasmática en donde una vez desatado el cauce de los impulsos que nacen de este encuentro profundo, los detonantes internos o externos que generan diversas afecciones nos permitan romper las ataduras de la razón (¿actitud natural?) y abrir las puertas de la imaginación, entendida esta como la capacidad de la consciencia [2] humana de formar en sí nuevas imágenes sensoriales o conceptuales transformando las impresiones infundidas por la realidad, dando paso así a una irrealidad inundada de realidad.

 

Foto: Christa Cowrie.

Eugenio Barba nos habla en su Antropología teatral acerca de la importancia del trabajo corporal a nivel pre-expresivo mediante el cual podremos “evitar ser sólo un cuerpo condenado a parecerse a sí mismo, a presentar y representar sólo a sí mismo”[3].

Pienso ahora en Levinas cuando plantea la paradoja de pensar la infinitud desde la finitud que somos: el Otro es inconmensurable, es absolutamente Otro y es siempre anterior a la propia subjetividad. Entonces me pregunto ¿La danza vuelve posible lo imposible? Otra vez en palabras de Eugenio Barba, es posible crear nuevas corporalidades y enriquecer el mundo de las vivencias. ¿Es la alteridad como voluntad de entendimiento condición indispensable para escuchar, hacer Eidos de nuestra relación erótica con el mundo? No permanecer idéntico, transmutar la corporeidad acariciando la posibilidad de ser lo Otro. En este afán de la experiencia escénica de transmutarse en “Otro” mediante la mímesis, el excederse, salir de sí pletórico para mediante un ejercicio de imaginación tener la posibilidad de experimentar otro rostro, esencia, el infinito.

 

A través de estos trazos corporales, sucesivos encuentros en el proceso de crear una corporeidad a la cual habitar y que nos habita vamos creando surcos de memoria, historizando mediante matices y escorzos otro que nos permite refundarnos, recrearnos, renacer permanentemente al instante. “Repetición”, “ser idéntico”, “identidad”, son conceptos a analizar si queremos dar paso a un ser más dúctil, más consciente de su devenir, de su constante cambio y movimiento. Frecuentemos el ritual cotidiano de hacernos de un cuerpo. Al status quo le viene bien un ciudadano que se asuma como cosa u objeto inamovible cuyos fines utilitarios se alineen con aquellos del aparato de producción del capital. Es por eso, que desenmarañar la urdimbre conceptual que es aliada de un sistema opresor es un acto de gran potencia política.


[1] Tallereando el texto en las sesiones del Seminario Permanente de Fenomenología de la Danza y Estudios de la Corporeidad, Francisco Alonso López Villalobos, resalta la importancia que tiene para él, siendo oriundo de Chiapas, la metáfora utilizada de la canasta, pues en su contexto familiar está muy presente esta figura al llevar sus productos del campo al mercado. Vaciar la canasta para ahí recoger, incorporarle nuevos objetos y utensilios que son pertinentes para un proyecto de vida; en ese sentido llama su atención la metáfora utilizada de la canasta y el vaciarse para dar paso a la incorporación de nuevos elementos tanto en nuestra práctica dancística como en la vida misma. Canasta: es un recipiente tejido que utilizamos para transportar nuestra selección de productos de manera cotidiana en mercados, en diversos sectores productivos se utilizan para contener componentes listos para ser utilizados o productos semiterminados para enviar a otra sección.

[2] La propuesta del Seminario Permanente de Fenomenología de la Danza y Estudios de la Corporeidad desde un inicio ha sido tallerear nuestros textos y de esta forma retroalimentar las ideas, vivencias y preguntas que cada uno de nosotros nos hacemos sobre la fenomenología de la danza. Estas sesiones han sido muy integradoras, he sentido que a través del compartir este gestar en palabras la experiencia danzante nos volvemos un solo cuerpo. Es dentro de esta dinámica que nos detuvimos a discurrir y disfrutar acerca de la importancia de la palabra consciencia y/o conciencia. Raissa Pomposo, sensible y emocionada me regaló la “s” y esto hizo la diferencia. (La “consciencia” es la capacidad del ser humano para percibir la realidad y reconocerse en ella. “Conciencia” es el conocimiento que una persona tiene de sus actos y existencia, conocimiento moral del bien y del mal.)

[3] Eugenio Barba. Más allá de las Islas Flotantes. Grupo Editorial Gaceta S.A., México, 1986, p.3.

Bibliografía:

  • Emmanuel Levinas. Totalidad e Infinito (Ensayos sobre la exterioridad). Ediciones Sígueme, Salamanca, 2002.

  • Georges Bataille. El Erotismo. Tusquets, México, 1991.

  • Eugenio Barba. Más allá de las Islas Flotantes. Grupo Editorial Gaceta S.A., México, 1986.

  • Rubén Darío Zapata Yepes. El trabajo como expresión de libertad. Una aproximación al análisis marxista. Revista electrónica Forum Doctoral Numero 4. Mayo-Julio de 2011.

 
Cátedra Gloria Contreras