¿La danza es experimentar la historia del cuerpo?
Por Melanie Robles
Desde que somos en el mundo, nacidxs, hacemos, sentimos y vemos movimiento: somos movimiento, el flujo cambiante de la vida.
Transitamos la experiencia en el cambio de nuestra carne, visiones, el paso del tiempo, nuestra relación con lxs demás, lo que tocamos y nos toca. Experiencia de cambio es sinónimo de movimiento, el cual es diverso en todas sus manifestaciones: una de ellas es la danza. Desde que me acerqué a ella, hace apenas una década de mi vida, he visto cómo el movimiento toma otro sentido, uno no solo que realice actividades funcionales para la vida o en el transitar cotidiano que pasa desapercibido, sino que es otro que al hacerse tiene la intención de expresar.
Al encontrarme con el Seminario permanente de Fenomenología de la Danza y estudios de la corporeidad, dirigido por Raissa Pomposo, esta danza se trasladó a la danza de mis pensamientos, el movimiento poético de mis palabras, palabras que también son cuerpo. La escritura que hace la danza es como lluvia, lluvia que viene de una condensación de información y la va esparciendo en el presente, precipitada por el cuerpo cambiante y recibida por otrxs; después, cuando acaba, queda el rastro húmedo de haber estado ahí, un olor flotante como eco que formará parte de la memoria, o no.
Es aquí en el Seminario donde, las preguntas sobre lo que conocía como danza, empiezan a brotar por más caminos, y al preguntarme por el movimiento Raissa me regala otra pregunta sobre el ver o ser movimiento. Pienso que el movimiento en la danza puede ser sentido o creado: sentir la danza es percibir, ser sensible y observador, dejarse atravesar, es seguir con atención aquellos cuerpos que cambian de lugar, de posición, de habitar, de estar y en su trayectoria mueven el espacio. Por su parte, ser movimiento en la danza es crearlo, cuando surge del cuerpo el impulso de cambiar su estar, latiendo, es la intención de viajar de un lado a otro en el espacio, transitar y expresar, conectar con el espacio y crear temporalidades.
Definir el movimiento en la danza tiene tantas puertas y caminos, que siento que podría seguir escribiendo sobre esto y no lograrla describir por completo, no porque la danza sea indescriptible, sino que es tan amplia que no cabe en una sola definición, a la vez que no busco definirla, pero sí entenderla. Entender como escuchar (entendre en francés). Sin embargo, pienso que por su cualidad de expresión del mundo emocional, del sentir colectivo, de visibilizar identidades, de su ritualidad que implica espiritualidad, de su carácter de resistencia y de la magia de aparecer contextos desde los cuerpos, la danza crea una parte de la realidad en su escritura de movimiento en el espacio. Es hablar con el cuerpo, una conversación que puede ser leída (o no) y contestada (o no). Esto último entrelaza el movimiento con la escritura, es decir, danzar es un diálogo corporal.
¿Cuándo empieza este diálogo? Se desconoce el inicio exacto de la danza, sin embargo danzar es un acto ancestral, nacido desde los primeros humanos. Tan primitiva en la línea temporal como en el nacimiento de nosotrxs: es el impulso de la vida hacia el movimiento y conexión con el espacio-tiempo y con quienes nos rodean. La danza existe en la historia así como existe la expresión humana en la historia. [1]
Este diálogo sucede con un lenguaje corporal, el abecedario de códigos corporales que viene de todas las experiencias del danzar, es decir, vivencias, sentires, caminos, trayectorias, hábitos, habilidades, conocimientos, consciencia, historia de vida, memorias. La danza inicia desde antes de hacerla aparecer. Viene de un lugar interno, entre tejidos musculares, circulaciones, pulsos, se viene invocando a la danza en el transcurso del día, sumándose, hasta que sucede. A su vez, viene del afuera, de las personas con quienes convivimos y nos comunicamos con el cuerpo, viene de aprender gestos y posturas de los demás, de empaparnos y ubicarnos en los espacios que transitamos, desde la casa, el transporte público o en un espacio al aire libre. De dónde viene no es un solo lugar o un solo momento, es un entrelazado que se va alimentando para llegar a ser y compartirse con alguien más.
En la danza escénica, para el/la danzante hay una preparación previa. Puede tomar desde unos minutos o hasta años para hablar el lenguaje de la danza, para entrar a un nuevo mundo donde va cambiando su habitar, su convivencia con otros cuerpos y cómo atraviesa el espacio, con o sin música y/o sonidos. Sucede. Ahora es un eco que se impregna en la carne y cambia el estado de los sentidos: quiasma, es decir, aparecer en la carne, encarnar, integrar lo que sucede en el presente y ser corporeidad. De ahí que una no es igual durante y después de danzar: el cambio puede prolongarse por minutos, horas, días, años. Este cambio puede reflejarse física, mental o espiritualmente. Se impregna por todos los tejidos, en la memoria. ¿Qué contiene memoria del cuerpo en la danza?
Registros, subconsciente, imágenes, sonidos, olores, recuerdos, pasado, tejidos, cicatrices, conmemoraciones, acontecimientos.
Historia. Al hacer danza, ésta se vuelve la acción que nombra en la historia, es decir, aparece la huella [4] de los cuerpos que la habitan. ¿Qué es lo que nombramos en nuestra danza?
Merleau-Ponty también menciona que “el mundo es lo que percibimos”, entonces cuando alguien llega a percibir la danza, ésta se vuelve mundo. Me emociona pensar que tenemos el poder de crear el mundo de la danza al percibirlo, no condicionando su existencia por el hecho de validarse por otros, sino porque entre todos la construimos y eso permite que cambie, no rígida, que florezca viva. La danza es mundo, es contexto, es lo que está sucediendo, es presente y acontecimiento, es historia.
Al entablar el diálogo e interpretar la historia del cuerpo cambiante, la danza se vuelve una experiencia personal y colectiva. Esto hace evidente que estamos en/somos nudo de relaciones. Siendo nudo, el diálogo relaciona el acontecimiento con la memoria del cuerpo danzante: se va encarnando el suceso en ese transitar de los cuerpos, ritmos y tiempos. Es un viaje fluido, comunicativo, donde el lenguaje corporal, presente en el espacio-tiempo, aparece una verdad de mundo, percibida con distintas lecturas según las memorias de las fibras musculares de quien la recibe.
El cuerpo está lleno de universos. Somos lo que hemos sido y nos construimos constantemente en los nuevos instantes. Danzar hace visible estos instantes, es decir visibilizar el tiempo, en su interconexión, con los demás (personas, entorno, contexto). El entramado que nos integra al mundo [6]. Conectar historias y crear encuentros. Por eso tal vez, al verla suceder, vemos más que solo los cuerpos danzando, sino el devenir de imágenes que nos han ido acompañando a lo largo de nuestra vida: nos regresa emociones vividas o recordamos a alguien/algo. Y si al contrario, vemos algo “nuevo”, lo podemos relacionar con algo conocido, algo conectado al tejido. Sin embargo, aun sin entender lo que vemos o desconocerlo, es una experiencia nueva que podemos integrar a nuestro tejido. La danza estará ahí, percibida o no, pues es mundo por sí misma.
Todo esto me mueve mucho, pues volviendo a la pregunta inicial, si danzar es experimentar la historia del cuerpo, nace de una experiencia que tuve durante el verano del 2021.
Después de bailar Memorias de oro [7], coreografía de la compañía de danza contemporánea KITOGA [8], hecha en conjunto con mis amigas Jimena Valadez y Odalis Retano con quienes la interpreto, se acercó una mujer muy amable a darnos retroalimentación de lo que vio. Ella nos contó que al vernos danzar en esa pieza le recordó a su abuela, lo que ella escuchaba y cómo se veía, recordó su árbol genealógico, las raíces de su madre, tías y abuela. ¿Cómo es que esta experiencia de danzar se relaciona con la de ella u otras personas?
¿Cómo es que hicimos suceder en la danza el recuerdo de una familiar? Traer al presente con el movimiento a alguien más, evocar desde los tejidos en el espacio la sensación de conectar experiencias. La danza se vuelve historia personal, que es historia del tejido universal. Es un enmarañado [9] que para entender habrá que deshilar y volver a enmarañar, deshilar para dialogar qué es lo que nombramos en la historia del cuerpo y la danza. Con el tiempo la conversación en el lenguaje del movimiento irá, espero, llenándose de más historias y caminos para que continúen sumándose a la maraña de conexiones que somos.
No sé si encontré una respuesta, pero siento el impulso de danzar para encontrar lo que soy, y tal vez compartiéndolo con otrxs, nos encontremos más cerca. Más sensibles y vivxs, no solo sobreviviendo a la crisis, sino experimentando juntxs mundos biodiversos y hermosos, habitables, llenos de historias y encuentros. Pero, ¿qué es lo que queremos recordar y visibilizar al danzar? ¿Cuáles son las huellas con las que danzamos? ¿Qué lenguaje de movimiento es el necesario para experimentar los caminos de la historia que nos transita y construye ahora? Tal vez solo al danzar lo sabremos.
[1] Al hacer esta afirmación siento cosquilleos en la boca y en los dedos. El afirmar, me provoca un revoloteo muscular, pues crear certezas en un mundo incierto y cambiante me hace sentir contraria al flujo de verdades en constante cambio, pero si no llegara a afirmar nada me encontraría en ningún lugar, en ningún punto donde estar para llegar a otro, sin continuar con el tejido de nombramientos en el mundo.
[2] Jean-Luc Nancy, 58 indicios sobre el cuerpo: extensión del alma, Editorial La Cebra, Argentina, 2007, p. 13.
[3] Maurice Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción, Editorial Planeta De Agostini, Argentina, 1993, p. 200.
[4] A su vez Alma Aguilar, en la segunda lectura en grupo de este texto, asoció su experiencia sobre las huellas en el cuerpo, en forma de marcas como lunares o cicatrices, que son trazadas en el lienzo-piel y nos cuentan la historia de nuestras experiencias, la historia de la carne.
[5] Martin Heidegger, El ser y el tiempo, Fondo de Cultura Económica, México, 2010, p. 419.
[6] Tallereando este texto en las sesiones del Seminario, Penélope Quero nos regaló su experiencia con el entramado en Oaxaca, que es el proceso de hilar, similar a cómo se forma el tejido del cuerpo y entre cuerpos. Viene de la tradición de tejer.
[7] Memorias de oro nace de la inquietud por movernos para divertirnos, retomar el gusto del baile viajando a una época pasada de México, una salida temporal de nuestra geografía. Coreografía e interpretaciones por Odalis Retano, Melanie Robles y Jimena Valadez, trata de lo que ya fue y hace eco: la música de un México de oro empapa el cuerpo, juego en escena del hubiera que vive en los recuerdos. Con música de Agustín Lara, Luis Hernández Bretón, Pedro Infante y Conchita Velasco, con la edición musical de Odalis Retano y Jimena Valadez, con vestuarios realizados por Melanie Robles.
[8] “No ikniuan kitoga tlaol-le Mis hermanos siembran maíz”. KITOGA – Danza Juvenil en Movimiento, es una compañía emergente con la inquietud de tener un espacio para el laboratorio, creación, y difusión de la danza escénica en nuestro país con integrantes de distintas partes de la república mexicana. La compañía nace en Mayo del 2021 al crear el espectáculo de danza contemporánea “Danza al norte y mar” en San Quintín, Baja California (por primera vez una producción de su tipo en la zona). En la búsqueda de seguir trabajando juntas y juntos para apoyar esta causa, nos seguimos moviendo a otras partes del país para difundir nuestro arte.
[9] Concepto que nos compartió Amelia Poveda en una reunión de zoom con el Seminario: enmarañar, que refiere a nudos de relaciones que no tienen un orden y están todos juntos, un hacer bola las conexiones. “El caos es un orden sin descifrar”, diría José Saramago.